domingo, 3 de marzo de 2013

TRUMOIA

TRUMOIA

El siguiente personaje es quién comanda el Maribetz, Trumoia (Trueno)
Al principio se llamaba Tximista (Rayo) recordando al personaje imaginado por Pío Baroja en varias de sus novelas. Pero como es un nombre muy recurrido, opté por llamarlo de distinta manera.
Trumoia construye el Maribeltz en un lugar lejano al que llega por avatares de los que se hablará más adelante. Busca a una mujer que no sabe que es su propia hermana. Lo que si conoce es su nombre, Marina Selva. Como su nombre indica, la selva y la mar se reúnen en ella. Ni sé lo que escribiré al respecto pero si que será fundamental en…bueno, como todavía no la conozco no puedo hablar de ella.
Trumoia correrá muchas aventuras siempre marcadas por sueños que se confunden con las realidades y hacen de el un marino de continuas navegadas sin destino fijo.

Todo empezó al ver aquellas tres pequeñas olas.





Fue despertando de uno de aquellos trances que en ocasiones le aquejaban…
Como siempre al despertar, tenía aferrado entre sus manos su pequeño libro de hojas blancas sin letra escrita ninguna, que guardaba entre sus brazos cuando sentía que le llegaba uno de aquellos estados de ausencia.
Miró a su alrededor y vio que estaba solo, bajo el mayor de los mástiles y protegido con una manta fina perlada de pequeñas chispas de agua. Minúsculas gotas de rocío depositadas sobre la tela brillaban cristalinas a la luz de la luna. De vez en cuando alguna comenzaba a correr manta abajo, arrastrando a las que se ponían en su camino para formar de esta manera una bola radiante que iba aumentando en velocidad y tamaño. Al llegar a una arruga, tomaban su cauce para desaparecer entre los pliegues.
Desde la cofa, los ronquidos de Monkey delataban que se encontraba dormido. Hoy si tenía sentido que aquel grandullón permaneciese en la pequeña plataforma: la noche era espectacular, el cielo estaba limpio y la mar calmada. La luna plena radiaba su luz en libertad inundando el barco y las aguas, de una luz delicada. Algunos peces voladores afloraban en la superficie, dando cortos vuelos sobre la manta acuosa. Producían destellos con sus escamas y un agradable sonido por el rápido revoloteo de sus largas aletas, antes de sumergirse con un pequeño chapoteo tras recorrer unas decenas de metros. Se preguntó porque emergerían y dedujo que al no hacerlo por alimento alguno, sería huyendo de algún pez mayor que ellos.
El reflejar de las estrellas, los dibujos de las pequeñas olas, el movimiento de la brisa, el balanceo del barco, los crujidos que producían sus maderas, cabos y las pocas velas que permanecían desplegadas… si, estaba en el paraíso.
Aquel arrebato que de crío le hizo escapar de las manos de su madre al ver por primera vez la mar en busca de la orilla de la playa, le vino a la memoria...

Aunque no pasó su primera niñez en un lugar costero, la peste hizo que su madre y el abandonaran su pueblo entre unos pocos sobrevivientes, para encaminándose a la costa, escapar de la pesadilla negra. dejando atrás las casas en llamas.
Encontraron hogar y quehaceres con su abuelo, constructor náutico y en secreto antiguo pirata. Antes de constructor había sido carpintero de ribera y anteriormente mamó de su padre el oficio de arbolero, básico para iniciar el proceso de la obra de un bajel.
En él Trumoia tuvo protector y maestro en la misma persona, pero ante todo fue generador de deseos. El le contó todo lo que sabía de la vida en la mar y eso era mucho.
Nacido entre gentes nautas, perteneciente a un pueblo en cuyas costas e incluso interiores la mar corría por sus venas. Estudiosos, intrépidos navegantes, prestigiosos constructores de barcos y comerciantes unas veces, otras piratas, corsarios, aventureros y conquistadores…pero siempre en el mismo medio. Marinos que en tierra se mareaban y sobre superficie acuosa encontraban natural asiento.
Las muchas historias contadas por su abuelo y sus vastos conocimientos, quedaron grabados en su memoria y engendraron fantasías que pronto se convirtieron en deseos...

Ya llegaban madre e hijo a la costa.
A cada trecho, un ronroneo cada vez se escuchaba más brioso, era el ruido de la mar y de sus alegres olas. Su madre de reojo le miraba satisfecha, la curiosidad de su pequeño iba a ser complacida sin duda. Sabía que no lograba imaginarse como sería la mar por mucho que lo intentase y dentro de unos cuantos recodos lo tendría enfrente; no dejaba de mirarle la cara.
Pasado el último recodo quedó el niño Trumoia petrificado ante el inmenso espectáculo. Todas las explicaciones que tenía sobre el aspecto de lo que contemplaba se quedaron cortas, a escasa distancia de sus ojos, incapaces de abarcar toda la presencia que se revelaba ante él, se encontraba…la mar.
Tras la primera impresión, echó a correr hacia la orilla de la playa gritando como un poseso, ante la alegría de su madre. Su ojo sano descubrió y grabó en su memoria aquellos cordones de espuma blanca, la visión de sus primeras olas.
Aquellas olas no las olvidaría nunca, quedó gracias a ellas borrado de su ánimo, la pesadilla negra y la visión del fuego devorando las casas del pueblo.
Pasados los años una vieja supo de la facultad de Trumoia de memorizar al dedillo lo que le interesaba. Quizá por eso lo de aquella frase que le dijo al despedirle su abuelo: “no serás lector de escritos, sino escritor sin letras”...


El timonel estaba dormitando una vez más apoyado sobre la rueda. En cuanto se encontrase algo más despejado, aquel marinero “se iba a enterar”, la más estricta de sus órdenes era que con noches despejadas y de luna llena, se debía de vigilar bien despierto y siempre con otro compañero atento junto a un arpón de plata, en la parte del barco que diese hacia la estela de luz que enviaba la luna. En una noche de esas aparecería el mayor de los peligros a los que tendría que enfrentarse.
A Trumoia recién salido del trance, le era necesario pasar un rato recuperándose, era como si volviese a la vida después de bordear el oscuro torbellino de la muerte. La sensación que tenía al dejar de “estar dentro” (así definía aquellos estados), era enormemente placentera, si además lo hacía a bordo de su querida Maribeltz y en una noche como aquella. 
Si, esperaría un rato antes de dejarles las cosas claras a aquel piloto dormido y al arponero ausente.
En eso resonó algo en su interior que le puso alerta. Hacía mucho que una mujer vieja y hambrienta -a la que libró de la ira de unos patanes, vengativos porque ella les había robado una hogaza de pan- se lo hizo saber:
“Una gran ola de lomo blanco perseguirá a tu barco y a quién lo tripule, si no pones remedio os atrapará para encerraros en una prisión sin paredes, techo ni suelo, de la que no lograreis escapar ni aun huyendo mil veces de ella”
Recordaba como cuando le dijo esto un escalofrío le recorrió el espinazo, de niño su aitona (abuelo) le contaba leyendas antiguas. Le impresionó mucho una que hablaba de una gran ola que enviaban las que en su tierra llamaban “sorgiñak“(brujas), en busca de los barcos para hundirlos. A estas grandes olas las llamaban “bagatxuri”...


No era ni joven ni viejo Trumoia cuando construyó el más valioso de sus sueños, aquel bergantín de casco negro.
El día anterior a su botadura la vieja se presentó y contempló largo rato el magnífico velero construido. Después acercó al su mejilla al casco mientras lo acariciaba y como si estuviese junto con una niña de confidencias murmuró algo con dulzura. El rito se alargó unos minutos. Trumoia observaba la escena preguntándose qué pasaría por la cabeza de aquella mujer misteriosa.
Luego se dirigió hasta el para iniciar una conversación:
-Antes de tu partida deseo si me lo permites, hacer algo por ti “ojo blanco” le dijo ella.
-No me debes nada le contestó Trumoia, apalear a aquellos rufianes no merece recompensa alguna.
-Lo sé dijo ella, pero no busco pagar, sino regalar. Además me he encaprichado de tu ojo albino y quiero verlo de cerca.
-¿Para qué?
-Para saber qué es lo que ve.
-No ve nada te lo aseguro contestó.
-¿Y qué sabes tú de ojos blancos, de si ven o no ven nada, de lo que puedan o no haber visto y lo que no quieren ver porque no les interesa? ¿Acaso eres un experto en ojos blancos tú? Yo sólo veo que tengas uno, ¡no me digas que el de tu trasero también es del mismo color! Ese ya imagino lo que dirá, sobre todo después de comerte unas buenas alubias, con ese no quiero hablar ni cobrando.
-Vale abuela, no sé nada de ojos ciegos y ni sé de qué color son ni uno ni otro, ¡no soy capaz de verlos!
Rieron los dos.
-Déjame leer tu ojo, déjame saber lo que conoce su anublada oscuridad. En todo se puede leer si, en las manos, en las visiones, en el cielo lees tú al igual que en las mareas, los árboles cuentan cosas, tú no puedes apreciar lo que ve un saltamontes aun teniendo lo mismo delante, los sueños también hablan y…la vieja calló unos instantes y le miró más fijamente, tu bien sabes que se puede ver, escuchar y decidir por razón de un sueño ¿no hizo uno que abandonases la caza de la ballena?
Asombrado Trumoia preguntó cómo sabía ella eso.
Una pícara sonrisa se dibujó entre las arrugas de la vieja y contestó: fue tu ojo, habla dormido.
Volvieron a reír ambos.
-Si te embarcas en tu barco descubrirás cosas que ni puedes imaginar. Puedo no decirte nada si no lo deseas…
-Habla, le conminó Trumoia.
Después se puso seria y hasta le cambió la voz para indicarle: hazme una pregunta y te daré una respuesta.
Trumoia aún no creía en muchas cosas que el tachaba de embustes y cuentos, con el tiempo sabría de la certeza de algunos de ellos, pero tenía aprecio por la mujer y no quería que se sintiese ofendida así que aceptó. Además ¿cómo sabía ella de su pasado ballenero? En aquel lugar nadie lo conocía, estaba seguro de ello, y menos de aquella visión que le hizo dejar de perseguirlas.
-Lo que te cuente, lo soñaras esa misma noche igual a como te lo detalle, a pies puntillas.
Pensó que pregunta hacerle tomándose su tiempo. Lo meditó mientras perdía su vista en el espejo de popa del que sería su hogar por mucho tiempo, esperaba. Allí lucía el nombre del bergantín reluciente y hermoso, MARIBELTZ. Pensó en lo que le había supuesto construirlo y a los peligros que se enfrentaría embarcado en él. La mar lo daba todo al igual que todo lo quitaba en un momento. Una afilada roca, un torbellino gigante, un fuego inesperado a bordo, un huracán, un monstruo marino, una maldición poderosa…eran muchas las amenazas a las que se tendría que enfrentar aquel recién construido.
-Tengo la pregunta dijo a la vieja.
-Vamos a ello marinero.
Demandó Trumoia a que mayor peligro se enfrentaría su barco y como conseguiría superarlo.
-Eso son dos preguntas contestó ella.
-¿De qué vale la respuesta de una, sin conocer la de la otra? exclamó el.
-¿Acaso no te vale ver sólo con uno de tus ojos a pesar de la ceguera del otro?
-Buena réplica señora, pero dime: ¿puedes hacer que conozca las dos cuestiones?
-Si marinero puedo, pero te supondrá comprometerte a algo, de por vida.
-Lo haré si me convences de que lo que me vas a decir pueda ser cierto.
-La noche siguiente a la de mis predicciones, tus sueños te lo dirán vaticinó ella, de seguido le largó una profunda mirada y sacó un pequeño libro de entre su manto y lo depositó en sus manos.
-Si no es así, puedes olvidar lo que te cuente y usar las hojas de este libro para limpiarte tu blanco trasero, pero si me crees y quieres conocer las dos respuestas, llevarás siempre este libro encima, nunca perturbarás el blanco de sus hojas ni dejarás que nadie lo haga.
-¿Quieres que continúe?
-Hazlo, contestó el intrigado.
Pasarás en ocasiones, letargos durante los cuales tu ojo ciego escribirá con letras invisibles en este libro caracteres que tú nunca podrás ver, producto de la sabiduría que tu ojo vislumbre en tus viajes. A partir del momento en el que converse yo con tu ojo, irás olvidando el significado de las letras, no podrás leer más. Pero tu vida y las muchas vidas que recorrerán los que te acompañen quedarán escritas en este pequeño libro, al igual que otras muchas cosas que ayudarán a las gentes a acercarse al mayor conocimiento de los procesos de la vida. Te brotará una señal en alguna parte de tu cuerpo similar a un tatuaje que te marcará para siempre. Cada vez que te encuentres con alguien que porte el mismo signo en cualquier sitio de su cuerpo y que como tu tenga un ojo blanco, comunicarás y escucharás lo más importante de lo observado y aprendido en tus correrías, eso si, después de comprobar que la marca es natural en la piel y no fruto de pintarrajeo o tatuaje alguno; ellos harán lo mismo con la tuya.
Todos ellos llevarán un libro similar al tuyo y aunque las hojas estén en blanco, os intercambiareis vuestro libros y las ojeareis una a una. En ellos vuestros ojos lo verán todo, hasta lo que a vosotros os haya pasado desapercibido. 


En muy contadas ocasiones, te encontrarás en la mar la forma de la señal de la que te he hablado, a modo de islas. Exactamente será la misma que la de vuestras marcas, ocho islas iguales con forma de cabeza de flecha formando un círculo, con una de ellas algo separada de las otras. Esa, estará habitada por una persona, mujer u hombre. No volverás a encontrarte otra vez con quién la habite, aunque sí que podrías hacerlo con otra persona de estas en un lugar distinto. Te quedarás con ella hasta que te sobrevenga una de las ausencias de las que te digo comenzarán a sucederte. Dejarás dicho a tus compañeros, que permitan acompañarte durante tus abandonos a dicha persona a tu lado. Esta recopilará el contenido de tu libro para usarlo como les plazca, ni yo misma sé cuál es el destino final de tales conocimientos. Las ciencias invisiblemente escritas en ellos, serán en lo muy lejano imprescindibles para ganar una batalla que se jugará a vida o muerte. Si esa batalla la perdemos, las personas todas desapareceremos de la faz del mar, menos unos pocos que se harán con ella, toda.
Si te comprometes a hacer lo que te pido, contestaré también a tu segunda pregunta.
Una cosa más, si en alguna circunstancia descubres a alguien marcado con el mismo signo pero que es una copia tatuada con métodos humanos y no nacido espontáneo como los vuestros e intenta engañaros y os pide vuestro libro como si fuera uno de vosotros, mátala sin dilación, que no escape y si lo hace persíguela dejándolo todo para acabar con él o ella…sea quien sea.
-¡Mucho demandas señora!
-Tú juzgarás si deseas o no cumplir con tus promesas, estás a tiempo de no escuchar la respuesta a la segunda de las preguntas. La contestación a la primera será un regalo, pero “ay de ti” si no cumples después de comprometido con la segunda. Tú decides.
Trumoia empezó a intuir que sería cierto lo que le contase, se sentía inquieto. Era hombre de palabra y lo que solicitaba la vieja era mucho.
-Tengo que pensarlo, le dijo.
-Mañana volveré por aquí, si lo deseas, te contaré cual será la mayor amenaza a la que os enfrentareis tú y tu tripulación viajando a bordo de la MARINEGRA, si deseas respuesta a la segunda de tus preguntas deberás cumplir con todo lo que te he contado o lo lamentarás como no habrás de lamentar nunca más nada, si te sientes perturbado y no quieres saber nada de esto, ni siquiera de la respuesta a la primera pregunta, decidelo hoy mismo antes de dormirte y mañana te prometo que no te acordarás de nuestra conversación.
Dicho esto se dio media vuelta y se fue.
¡MARINEGRA! ¿Cómo podía saber aquella mujer el significado de MARIBELTZ? Le encorajinó sentirse inquieto. Quedaban pocas horas de luz y pronto le entraría el sueño, el día había sido muy intenso, después de tantas semanas de trabajo y agotados todos los recursos que consiguió juntar tras años de trabajo y privaciones, el bello bergantín esperaba ser botado. Mañana abandonaría el astillero construido en aquella tierra tan lejana de la suya, contemplaba a la Maribeltz que se le asemejaba a una yegua deseosa de salir en carrera. La piel, su casco, con las tracas bien alineadas y calafateadas, los dos mástiles erguidos y firmes anhelando el empuje de las velas preñadas. La mar, el por y para qué, la vida, le llegaría mañana.
¿Cómo no querer saber cuál sería su mayor amenaza y la respuesta adecuada ante ella?
Al día siguiente cuando llegó ella, ya la esperaba.
-Está decidido, cuéntame.
Ella lo cogió de la mano y lo llevó a un lugar apartado.
Le pidió que se sentase y ella lo hizo sobre sus rodillas, se acercó al ojo brumoso y murmuró algo que él no fue capaz de entender. No olía mal la vieja advirtió, lo hacía a sudor reciente, limpio. Comenzó incluso a sentir un hormigueo en la entrepierna, lo que le apuró bastante. La vieja sonrió y el intuyó que lo notaba, ¡tu ojo está dormido y tengo que despertarlo! dijo ella y añadió que no solo sabía hablar en silencio aquel globo blanco, sino que además también respiraba y disfrutaba de un buen husmeo.
-Estate tranquilo, no quiero de ti nada más que corresponderte por librarme de aquellos patanes, además no eres mi tipo.
Sonrió y Trumoia con ella.
Al poco notó un cosquilleo en su ojo, acompañado de un agradable calor que no supuso molestia alguna, el ardor fue en aumento, escuchó unos sonidos acuosos provenientes de su cara, no eran palabras pero la vieja escuchaba con total atención con los ojos brillantes y muy abiertos, ni se oían sus respiros. A la vez que perdió el conocimiento la vio, la gran ola de lomo blanco, BAGATXURI.


Ahora Trumoia sobre la cubierta del barco y bajo aquella manta, sentía lo mismo que en aquel desmayo. Percibía un peligro que venía de aquellas tranquilas aguas. Estaba somnoliento, los peces voladores cada vez eran más.
Brincó como un gato sorprendido y en el horizonte oscuro, la estela de la luna comenzó a desaparecer, algo se interponía e iba creciendo entre ella y el Maribeltz, avanzando silenciosamente hacia ellos, mientras a cada momento eran más numerosos los peces que plateaban el cielo.
Allí estaba, al fin aparecía ante él, BAGATXURI





…una gran ola con lomo blanco será el mayor peligro al que se enfrentarás tú, los que te acompañen en tu Maribeltz. Intentará y si no estás muy atento conseguirá, llevaros con ella a un lugar en el que encontrareis muchos más barcos reunidos sin poder alejarse nunca lo suficiente del lugar. Estarán en la mitad de nada en un espacio en el que siempre llueve y gran número de peces que vuelan caen en la cubierta de los barcos por las noches. Así los allí reunidos, invariablemente tienen agua para beber y peces alados para comer. Desconfía de las noches de luna llena, sobre todo si ves destellar peces voladores por el entorno…


Ya estaba más cerca y empezaban a alinearse sus innumerables crestas, tomando forma de herradura, los lados de ella los rodearían evitando escape. Después los transportaría al lugar desconocido.
La vieja o su mismo ojo blanco, no lo sabía a ciencia cierta, le reveló como muchas veces los barcos atrapados largaban velas e intentaban huir de aquel lugar y como al siguiente amanecer, -hicieran lo que hicieran- volvían a encontrarse de nuevo en él. Con el paso del tiempo cejaban en su empeño y permanecían resignados allí hasta su muerte, las más de las veces por absoluta melancolía.
Pero en su entredesvelo supo de la dio la defensa correcta de la siguiente manera:
…la gran ola blanca BAGATXURI, es el espíritu de un codicioso pirata que saqueó innumerables barcos en su larga vida. Apreciaba no el oro sino la plata. Decía que el oro era el excremento de la tierra y la plata el sudor de amor de todas las aguas dulces, saladas, de lluvia, en brumas o cualquiera de sus formas. La fuga a el acoso de la gran blanca está en la obsesión del espíritu de tal pirata, la plata te pondrá en peligro y en ella hallarás el escape. En las noches de luna llena llevarás en la parte del barco que dé al rastro de su luz, un arpón de buena plata sin soga en manos de alguien bien capaz de manejarlo. Cuando se acerque hay que dejarla avanzar hasta que se pueda clavar el arpón preciso y con fuerza en su lomo. No habrá más que una oportunidad, si adivina ella vuestras intenciones o se yerra al intentar arponearla, os arrastrará hasta la infausta prisión que te he descrito…
Pensó Trumoia al despertar que si no transportase plata alguna estaría a salvo de la amenaza, pero “un pirata sin plata no es pirata”, se decía en los círculos del gremio. Vio con claridad todo lo descrito por la mujer: la apariencia de los barcos reunidos en forma de un gran círculo erizado de mástiles y brillante por la continua lluvia, como se oscurecía la luz de la Luna al acercarse en su busca la gran ola casi en silencio y todo, todo salpicado de peces voladores. Ahora llegaba el momento y se encontraba débil. Intentó gritar pero por causa de su debilidad, a voz no le salía lo suficientemente sonora, el piloto y Monkey dormidos…
Por lo menos el brillo del arpón delataba que se encontraba en su sitio dispuesto y fue arrastrándose hacia él. La ola cada vez mayor se acercaba adivinándosele su lomo blanco, allí debería clavarse el arpón preciso y profundo. Cada vez más cerca la ola del barco y Trumoia del arpón, el tiempo corriendo delante de ellos. El ojo nublado producía aquellos ruidos acuosos y se encontraba caliente estimulando al esfuerzo, Trumoia ya ni intentaba gritar, era algo entre los dos, estaba claro y tropezándose con todo en su gatear llegó por fin a su destino tomando el pesado arpón entre sus manos. Con una mueca de determinación y esfuerzo en sus labios alzó el de plata bien sujeto, gastando sus últimas fuerzas en incorporarse y atender el tramo final sin quitar ojo de la BAGATXURI. Tenía que ser un arponeo certero y se concentró en ello, su ojo blanco brillaba intensamente como desafiando a la siniestra presencia.
Bagatxuri llegó a la borda lunada y lanzó el arpón. Voló con fuerza y atino clavándose profundamente en su lomo. Al hacerlo ella se detuvo. Empezó a retorcerse y por un tiempo pareciera que se convertía en una gran ballena blanca sangrando plata por la llaga. Herida de muerte exhaló un quejido de sonido desconocido por el oído humano e indefinible. Continuó en su retorcijo un tiempo mientras Trumoia caía exhausto, el Maribeltz estaba a salvo…sin embargo su ojo seguía alterado.
Había otra orden que no se había cumplido, el arpón ¡NO! debía de estar prendido a soga alguna. Al morir descompuesta la ola, el arpón desapareció bajo el agua y oyó como el esparto con un siseo, comenzaba a transitar como una culebra por la borda.
Siendo un objeto punzante y valioso, solían amarrarlo para evitar que con los embates pudiese perderse o herir a alguien. Pero con una noche como aquella ¡no podía estar sujeto a nada! Apurado consiguió desatarlo de la borda la soga trabó un pie a Trumoia y se lo llevó aguas abajo desapareciendo.


Dicen que al morir pasan resumidas las imágenes más notables por la mente de uno. En la vida de Trumoia sucedieron muchas cosas intensas, era imposible que desfilasen todas en solo unos instantes. Pero si que desfilaron algunas, puede que la mayormente sentidas.
Desde que tuvo aquel enfrentamiento con el patrón de aquel barco ballenero en el que se había enrolado como marinero, la vida le cambió mucho.
Entre los balleneros de buena casta había algo sagrado. Una ballena era intocable cuando estaba acompañada por una cría pequeña. Los arpones no se mancharían con su sangre nunca, además de ser cruel daba mal fario. Aún y todo aquel maldito patrón obligó a perseguir a aquella ballena que extrañamente estaba acompañada de dos pequeños ballenatos. Ella a pesar de la dificultad de movimientos evasivos por la juventud de sus crías logró ganarles la partida y huir de ellos, pero en la última maniobra de escape una de las crías quedó aislada y sola. El patrón lo vio y ordenó que se acercasen a la pequeña para clavar los arpones en ella y así los lamentos de ella atraerían a la madre con la otra cría. Esa sería la venganza a su derrota, esperar con una sonrisa victoriosa en sus labios a que acudiese a la llamada y matarlas a las tres. Además de inepto era brutal y ante el estupor de los marineros se dispuso él mismo en la proa con un arpón en la mano, dispuesto a hundirlo en la pequeña que aislada llamaba presa del miedo desesperadamente a su madre.
La chispa del motín se mascaba y todos los embarcados miraban al segundo para ver qué decisión tomaba, pero éste temía demasiado a las consecuencias y agachó su cabeza en señal de sumisión ante tal barbaridad. Los remeros del bote cazador se acercaron a la cría y cuando ya se prestaba el maldito patrón a consumar su decisión, Trumoia que era el más joven de todos se enfrentó a él y ante el estupor y vergüenza de los demás lo desarmó tras un forcejeo.
La cría acudió al encuentro de su madre que ya se encontraba de vuelta y cerca, marchando libres las tres.
Prometió el ruin bastardo toda clase de castigos y de seguro los habría cometido de no huir esa misma noche en el mismo bote en el que se consumaron los hechos, dando comienzo a sus peripecias marinas en otros modos bien diferentes al de cazador de ballenas.
Antes de los hechos, ya tenía decidido abandonar tal actividad, sobre todo después de aquella pesadilla que había tenido:

“Una gran ballena era la única adulta viva después del exterminio de todas sus hermanas. Nadaba rodeada de miles y miles de crías todas huérfanas y muchas de ellas heridas. Los balleneros no encontraban adultas que cazar pero sabían de la existencia de la gran manada conducida por la única ballena grande.
Como durante su continua huida no se daba el descanso, muchas de las pequeñas iban unas rezagándose sin poder continuar por la fatiga y otras muertas dejando un rastro de carne inerte. La codicia de los balleneros los enloquecía ante tal estela de agonía. Todos los barcos navegaban en su pos, como una gran flota de destrucción y espanto, mientras los arpones se iban clavando en los pequeños ballenatos, rematando a los vivos o dejándolos heridos de muerte.
En la pesadilla Trumoia espantado ante la barbarie pedía a gritos cesar tamaña tropelía, pero nadie le hacía caso.
El acoso a la gran ballena terminaba cuando conseguía desaparecer en un banco de niebla acompañada únicamente por una cría.
Antes de desaparecer ambas en la salvadora oscuridad brumosa, se giraban un momento como contemplando afligidas la estela de exterminio ocasionada por los balleneros. Entonces en la pequeña ballena de un poco común color pálido, Trumoia entreveía un extraño círculo oscuro encima de su hocico que no lograba distinguir con claridad.
Tras desvanecerse ambas, la flota decidía volver por las mismas aguas para recoger los cadáveres flotantes.
Y ahí se culminaba el horror, al comprobar que los ballenatos se habían transformado en miles de niños muertos que eran los hijos, nietos, sobrinos, hermanos pequeños…de los propios balleneros. Todos rompían a llorar y muchos se lanzaban al agua buscando la muerte, al comprobar en que se había convertido su locura sanguinaria”...
Según descendía Trumoia hacia el fondo del mar consumiendo sus últimos instantes de vida, recordó el sueño y se alegró de las decisiones al respecto tomadas.
Se acordó del ballenato que sobrevivió a la masacre y recordó vagamente la marca circular que vislumbró en su cabeza. Y en eso vio como una forma blanca se acercaba a él desde la oscuridad del fondo. Se llegó hasta él y resultó ser una gran ballena blanca. Vio la marca en su cabeza que ya la tenía a escasos centímetros de su cara. Era la misma marca que llevaba el mismo en su pómulo. Antes de perder la total consciencia notó como la soga del arpón se desprendía de su pie atrapado y sintió como aquella ballena le empujaba con delicadeza y le subía mientras ya perdía totalmente la consciencia...

Como siempre después de aquellos trances se encontraba débil y confuso. Estaba bien entrada la mañana y la tripulación se encontraba con sus quehaceres habituales. El Maribeltz navegaba con buenos aires en una espléndida mañana.Musa, se le acercó con una taza de té y le dijo como lo habían encontrado mojado en cubierta, de seguro por razón de alguna ola aislada o por el fuerte rocío de la noche. Le habían cambiado de ropa y se encontraba seco y cómodo, bajo el mástil en el que Monkey atronaba alegre en la cofa mientras oteaba el horizonte.
-¿Quieres algo más?
Trumoia le contestó que tenía hambre.
-Hoy en cubierta había muchos peces voladores, diré al cocinero que te ase unos cuantos, le dijo Musa.
-¿Peces voladores? preguntó.
-Si, por toda la cubierta contestó el árabe. Y comenzó a dirigirse a la cocina.
-Musa, espera. Antes mira si el arpón de plata está en su sitio.
Se dirigió a cumplir lo solicitado y al poco volvió para comunicarle que había desaparecido. Le indicó que de inmediato le diría a Gastón que fabricase otro.
-Creo que ya no nos hará falta le comunicó Trumoia, o tal vez si, no estoy seguro. Bueno, mejor que lo haga, si.
Ante la extrañeza que mostraba Musa, le aclaró que no estaba seguro de si soñó algo muy intensamente, que estaba confuso y fuera en busca de esos peces.
-¡Ah! Musa, una última cosa, dentro de un rato cuando haya dado cuenta de los peces, diles al piloto y arponero de guardia que se acerquen.